jueves, 11 de diciembre de 2014

¡Ya está el Niño en el Belén!



Ya han comenzado los festivales de Navidad y entre José y María ya está recostado en el pesebre el Niño Jesús dispuesto a ser visitado y adorado. Todos los que fueron a Belén en la primera Navidad de la historia cayeron de rodillas y adoraron a ese Niño que era el Salvador.
Así también nosotros nos ponemos en camino movidos por las palabras del Ángel a los pastores: 
"Id y encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre".
Pero este Niño tiene mucho que decirnos. De ahí que en una cesta podamos recoger esa palabra que el Niño quiere decirte a tí.
¡Acudamos a adorar al Niño y a escuchar su palabra!


Yo soy el pan de vida

A la Samaritana Jesús le prometió un agua viva que sacia la sed y no paró hasta que ésta la deseó. Ella fue a por agua y Dios le ofreció otro tipo de agua.
Lo mismo les sucede a los habitantes de Cafarnaúm. Jesús les ha dado de comer en el despoblado ¡nada más y nada menos que a cinco mil hombres sin contar mujeres y niños! De ahí que busquen a Jesús, pero ¿por qué le buscan? Por puro interés. Me buscáis, les dice, porque habéis comido panes y os habéis saciado (Jn 6, 26). Han comido pan hasta “saciarse” pero Jesús les quiere descubrir otro pan, el pan de vida, el que sacia de verdad. Buscad otro pan que permanece hasta la vida eterna. Y del mismo modo que la samaritana, la admiración contagia a los de Cafarnaúm hasta desear ese pan: Señor, danos siempre este pan (Jn 6, 34). Desde entonces no nos cansamos de pedírselo: ¡Danos hoy nuestro pan de cada día!
¿Dónde comprar ese pan? ¿Cómo lo podemos conseguir? ¿De qué tipo de harina está hecho?
Yo soy el pan de vida (Jn 6, 35). Jesús se nos da como pan que da vida. Pero no una vida cualquiera sino la vida verdadera, la vida plena, la vida Eterna. Sin el pan de vida no tenemos vida plena, no tenemos vida eterna. Sin Jesús Eucaristía nuestra vida no es vida porque no es plena. Por eso les dice: El que venga a mí no tendrá más hambre. Él es la vida y sin Él  sobrevivimos pero no vivimos.
Así lo entendieron con posterioridad los cristianos. Para ellos el domingo, la eucaristía, era imprescindible para la vida. Muchos son los ejemplos que nos han llegado. Es especialmente llamativo el de los mártires africanos de Abitinia que, tras ser avisados de la prohibición la de celebrar la Misa bajo pena de muerte, no cejaron en su santo propósito. Cuando les descubrieron, ante la pregunta de por qué hacían eso estando prohibido, ellos contestaron: Sine domenicus non possumus (sin el domingo no podemos). Sin Jesús, sin la Eucaristía que es Jesús, no hay vida, tampoco nosotros podemos.
El Señor nos alimenta. Lo sorprendente no es eso, lo admirable es que Él sea al mismo tiempo el alimento. Se nos entrega. Ese es el verdadero significado de la Eucaristía: la entrega por amor.

¡Qué bien lo entendió Juan al pie de la cruz! Allí, al contemplar con María cómo el cuerpo de Jesús era clavado y su sangre derramada para que tuviésemos vida, fue donde entendió la celebración del día anterior en el cenáculo durante la última cena: ese pan partido y ese vino ofrecido eran su cuerpo clavado y su sangre derramada. Ahora sí, ¡lo entendía! El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. ¡Señor, danos de ese pan! Preparemos nuestro corazón, acerquémonos a adorar y a comulgar. No hacerlo es un sinvivir. No comulgar es, decía el cura de Ars, como cuando alguien muere de sed junto a una fuente.

P. Francisco Vidal Calatayud dcjm

miércoles, 3 de diciembre de 2014

¡Bendito el fruto de tu vientre!

Este año siguiendo el plan pastoral vamos a trabajar la idea de la fecundidad. Dios espera de nuestra vida que sea fecunda.
Para ello nos ayudarán dos imágenes: la del regalo y la del fruto.
La navidad es un tiempo en que todos regalan. Todos aquellos personajes que se acercan al portal ofrecen algo: los pastores, los magos, los ángeles... El mismo Dios nos regala. El regalo más grande que hemos recibido es Jesús. Ante tanta generosidad, durante este adviento, yo me pregunto: Y yo ¿qué le voy a regalar? ¿Qué fruto da mi vida?
Tanto el fruto como el regalo no son dos cosas inmediatas. Para poder tener fruto hay que preparar la tierra. Lo mismo el regalo. Para hacer un buen regalo he de pensar primero en el destinatario, en sus gustos, etc… Esa generosidad y gratitud es la que hace grande mi vida.
El Adviento es ese tiempo en el que nos preparamos para recibir el gran regalo que es Jesús, el fruto bendito del vientre de María y para regalar.

Dios regala y ¿yo?
Este año nuestro belén está cargado de frutos: todos los que formamos parte del colegio hemos puesto a sus pies nuestros frutos. Así, con las manos cargadas de fruto, esperamos a Jesús ¡Fruto bendito del vientre de María!